domingo, 18 de marzo de 2012

"Futboleros" y árbitros (y algo de rugby)

  Ayer presencié dos partidos de fútbol base, uno de cadetes y otro de alevines, y pude presenciar algo que a nadie llama ya la atención pero que, no por ello, podemos ignorarlo o asumirlo como natural.  Se trata del linchamiento al árbitro.  
  En ambos partidos, aunque especialmente en el primero de ellos, los comentarios del público fueron en exceso desagradables y ofensivos hacia la figura del árbitro.  Incluso los jugadores se contagian de este tratamiento y están más pendientes de las decisiones que toma el árbitro en cada acción del juego que de su propia actuación.  
  Me parece intolerable que un jugador esté continuamente pendiente de un elemento externo al propio juego, que el público (familiares de los chicos en su mayoría) no se esfuercen por mostrar ejemplo a sus hijos, que los entrenadores no sean capaces de justificar sus derrotas con cientos de argumentos internos antes que centrarse en la actuación arbitral, que evalúen la labor de los árbitros y les pongan nota, que exista la "moviola" en televisión o "la otra liga" en diferentes medios, que cualquiera conozca el nombre o la nacionalidad de un árbitro en un partido internacional (yo nunca he sabido quién pitaba, ni me importaba en absoluto, ni he puesto el mínimo empeño en conocerlos).  Cualquiera de los comportamientos comentados únicamente contribuyen a la confusión, la agresividad, la violencia y el descrédito social del fútbol al que se acusa de cosas que no genera, sino que son desarrollados por muchos torpes que se acercan a este mundo.  Entre las lindezas que pude escuchar se encuentran las siguientes:
- "trapo rojo" (el color de su camiseta era de ese color).
- "te mueves menos que los leones de La 2".
- "es que estás ciego".
- "que no te enteras".
- "hoy ya es árbitro cualquiera".
- "¡Tonto!"
- "eres un hijo de puta".
  Y otras muchas, además de realizar continuas observaciones en lugar de contemplar el partido con tranquilidad.

  Por la tarde, en cambio, estuve en el Estadio Central de la Ciudad Universitaria viendo el partido entre España y Rumanía, correspondiente al Campeonato de Europa de rugby.  La diferencia es meridiana.  Para empezar, el público sabe que acude a ver un partido con intención de disfrutarlo, jalea a los suyos y reconoce los méritos del rival.  La música de la orquesta forma parte del espectáculo y jamás nadie se refiere a la actuación arbitral.  Tal es el grado de responsabilidad que, si a algún espectador se le ocurre mostrar una actitud antideportiva (por ejemplo, silbar antes del lanzamiento de un golpe de castigo del equipo rival), no faltan aficionados que le recriminen y le hagan callar.

  Por suerte, el rugby está repleto de enormes valores y las actitudes "futboleras" no encuentran rendijas para acceder.  No sucede lo mismo en otros deportes, como pude comprobar en un partido de balonmano juvenil hace escasamente un mes.  El balonmano, al igual que el rugby, es un deporte que ofrece tanto contacto como nobleza en quien lo practica.  El jugador recibe golpes y siempre llega a casa con alguna muestra de la dureza del enfrentamiento.  Pero se asume con naturalidad (cuántos futbolistas, en cambio, se revuelven hacia su rival ante una entrada algo dura sin que haya sucedido nada más allá).  Los "papás futboleros" del equipo visitante estuvieron durante todo el partido increpando al árbitro y le responsabilizaron del empate final.  Nada más lejos de la realidad.  

  El día que nos quedemos sin colegiados ya nos lamentaremos.

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