jueves, 22 de mayo de 2014

A FAVOR DE MARCADOR

En cierta ocasión me enfrenté al equipo Cadete “C” de un importante club de la Comunidad de Madrid, un equipo poderoso físicamente que acabó ganando todos los partidos de aquella liga.  Era la tercera jornada y, tras el partido, su entrenador me comentó que mi equipo le había dado muy buena impresión y que estaríamos entre los mejores puesto que él ya había visto jugar a todos los equipos del grupo.

                En el obsesivo carácter resultadista, ese equipo no era en absoluto talentoso pero sí muy fuerte y con muchos centímetros.  El ascenso les permitió colocar a sus tres primeros equipos en la posición más alta posible a costa de que los jugadores de primer año, mucho mejor dotados futbolísticamente, jugaban en el equipo “D” y una categoría por debajo.  Su mejora se vería reducida pero al buen resultadista eso poco le importa.  No es de extrañar que dicho club no promocione jugadores de la cantera al primer equipo.
                El poder competitivo de este tipo de equipos se basa en la repetición, en la mecanización, en la rutina, en la imposición por la fuerza.  Todas las acciones están preparadas y la improvisación tiene poco espacio de actuación.  Así se explica el éxito del Atlético de Madrid, donde algunos de los jugadores más técnicos son suplentes habituales (casos de Diego y Adrián) o alternan titularidad y suplencia (caso de Villa).  Así se explica también la temporada del Real Madrid, un equipo simple, con mecanismos tácticos básicos y una herencia de temporadas anteriores que permite correr al contraataque en tiempo récord y ganar partidos sin muchos más argumentos.
                Previsibles son también, en muchos casos, las semanas de entrenamiento: los lunes, charla y trabajo táctico para corregir errores; los martes, paliza física; los miércoles, análisis del próximo rival para empezar a preparar (o a obsesionarse con) el siguiente partido; los jueves, el típico partidillo (igual que hace ciento cincuenta años), en el que ya se perfila el equipo titular y una serie de jugadores que hacen de “sparring” y que reproduce los movimientos tácticos del rival; y los viernes, acciones preparadas a balón parado.  Estos vulgares modelos de planificación del entrenamiento son los que siguen vigentes, no solo en la realidad de cada equipo, sino también en el método de enseñanza de la Escuela de Entrenadores de la Real Federación Española de Fútbol.  Incluso, los exámenes de táctica consisten simplemente en hacer esto.  Es reducir el fútbol al modelo Autoescuela: no venga usted a aprender a conducir, sino a aprender qué hacer para aprobar los exámenes.  Y si luego tiene accidentes, échele la culpa a la Dirección General de Tráfico.  Es el modelo coreano ante las pruebas PISA: once horas de clase para que los alumnos no se eduquen sino que aprendan a reproducir lo que se les pide en el examen para que el país quede entre los primeros en el ránking mundial.
 Y, ante todo esto, me pregunto: ¿no se aburren los jugadores? ¿No se sienten algunos completamente marginados? ¿Serán capaces de cumplir bien su función aquellos que no han sido elegidos pero tengan que actuar ante cualquier imprevisto?
La realidad es que un equipo necesita aportes, recursos.  Da la sensación de que el jugador se encuentra más cómodo cuando le dicen todo lo que tiene que hacer.  Pero, así, el crecimiento del jugador es escaso.  Cuando a mí un jugador me mira me deja claro que no sabe resolver las cosas por su cuenta.  Este problema es consecuencia de la mecanización en el trabajo previo.  El Atlético “post Simeone” será así: todos los jugadores mirarán al entrenador y éste se sorprenderá del poco fútbol que realmente poseen sus jugadores.  Su técnico actual es el protagonista exclusivo y el diseñador de todo el modelo.  Esto mismo le sucedió al uruguayo Óscar Washington Tabárez cuando aterrizó en el Milan de las eras “post Sacchi” y “post Capello”.  Resultó que jugadores de la talla de Baresi o Maldini habían sido mecanizados por ambos técnicos.  Cuando le despidieron, Tabárez comentaba que su error había sido haber dado muchas cosas por supuestas.
Hemos de concluir que el entrenamiento táctico ofrece recursos al jugador, pero no cuando le muestra la manera de contrarrestar al oponente, sino cuando la hace pensar, poniéndole ante dificultades para que ÉL decida la mejor opción: cuando tirar un desmarque, el lugar oportuno para hacerlo, cuándo avanzar o dar pausa al juego, hacer paredes, triangulaciones, escalonar posiciones, cambiar de orientación el juego…  Eso es mejorar al jugador.
Así que le contesté: “Pues yo solo conozco a mi equipo y conozco lo que he podido ver de mis tres rivales.  Lo demás es especular y sencillamente, me importa muy poco”.


jueves, 1 de mayo de 2014

EL FÚTBOL DEL LUNES MEJORA EL DEL MARTES



  Nunca he entendido el fútbol como una batalla, no creo que sea demasiado positivo que las madres sean las protagonistas de un triunfo en las semifinales de la Copa de Europa por haber parido unos hijos con los huevos tan grandes, no pienso que haya que quemar ningún árbol de ninguna ciudad…  Las declaraciones pesan demasiado y son en exceso soberbias y agresivas.  La única realidad es que a las semifinales de la competición de clubes más importante del mundo han llegado tres equipos altamente especuladores y que, tras ver cada partido, tengo una sensación de cansancio que creo haber estado presente en cada una de esas batallas brutales.  Sinceramente, me parece inconcebible que un equipo alcance la final de la Copa de Europa jugando a un ritmo endiablado desde la Supercopa, en agosto, hasta finales de mayo, tan solo por el hecho de que algunos de esos jugadores van a ir a disputar la Copa del Mundo de Brasil y no sé si les restara algún mínimo arresto para afrontar lo que se les viene encima.  Y después, quince días de vacaciones (que nunca son tales para un deportista de alto nivel) y otra vez a la carga.  No hay cuerpo que lo soporte ni amante del buen fútbol que no se eche las manos a la cabeza ante el flojo Mundial que se nos avecina, tanto por el agotamiento como por las nuevas tendencias conservadoras que vienen a imponerse otra vez ante la alicaída situación (me niego a hablar de crisis ni de fin de ciclo ni nada por el estilo) tanto del Barcelona como del equipo de Pep.
                El martes pasado pudimos presenciar un indigno partido para tan elevada cita, un empate a nada, que no a cero.  Un partido en el que un equipo que disfruta y se enorgullece de tener menos el balón que el rival, disfrutó de su posesión durante un 63% del tiempo ante la desidia de su desdichado rival, aquel que “no se presentó” ya a jugar una semifinal en el Camp Nou con Di Matteo en el banquillo; y cuyo entrenador tampoco “se presentó” dos años antes, en la misma ronda y el mismo escenario; un equipo que presenta a un extraordinario futbolista, como David Luiz, en el centro del campo para no hacer nada en absoluto, un centrocampista que solo pretendió dar 27 pases en todo el partido (ciento un minutos) y que únicamente lo logró en 14, alcanzando la lamentable cifra de una asociación con un compañero una vez cada ocho minutos.
                Por desgracia para los que amamos el fútbol, esta práctica tiende a extenderse entre los equipos más grandes y cada vez resulta más difícil reconocer a un equipo cualquiera, yermo de un estilo propio, en el concierto europeo.
                En el caso español, los dos grandes tienen el absoluto dominio de todos los estamentos futbolísticos y el aficionado medio, aquel que en un país que se cae a cachos y en el que la clase media se ha transformado en una triste clase media-baja que alcanza el umbral de la bajeza, no puede permitirse ver en su casa a los grandes porque ellos ya se han blindado televisivamente y sus partidos no se ofrecen en directo.
                Pero ante las exhibiciones de cojones y de estrategias preparadas del Atlético, las de músculo y velocidad del Madrid, y las de indefinición y cambio hacia la profundidad del Barcelona, muchos somos los que nos alegramos de no haber visto sus decadentes partidos y haber disfrutado, en cambio, de muchos y muy buenos encuentros del Athlétic gracias a su dominio del cambio de orientación y las continuas llegadas por banda y al área rival, de la exhibición del Celta de esta semana, del buen fútbol, equilibrado por parte de las no estrellas pero buenos entendedores del juego, de la Real Sociedad, del virtuosismo en el toque del Rayo Vallecano, o del juego milimétrico y bienintencionado de un Villarreal, que sabe bien lo que es un proyecto de un pequeño que juega con frecuencia a ser grande.
                No cambiemos pues las reglas del juego: los grandes a lo suyo, y nosotros a lo nuestro, que es disfrutar.  Solo lo siento por nuestra selección, que tanto nos regala y a la que tan poquito ofrecen nuestros clubes ¿grandes?