domingo, 23 de septiembre de 2012

"Equipo trabajado"

  Oigo ayer, una vez más, a un comentarista técnico hablar de equipo "muy bien trabajado" para referirse a aquel que tiene claras sus ideas en el juego defensivo pero que no sabe qué hacer con el balón en los pies.  Dicho equipo perdió por 2-0.  ¿No será que el equipo bien trabajado será el que tira paredes, triangula y encuentra el camino del gol? ¿No será mucho más difícil de trabajar la construcción que la destrucción?
  Como les gusta a muchos aquello del equilibrio cuando solo se equilibran para defender pero no para atacar, cuanto les agrada aburrir a los jugadores en los entrenamientos en lugar de ofrecer armas para derrotar al adversario y para hacer de esto algo más bonito.

miércoles, 19 de septiembre de 2012

Ingeniero Superior en Estética Futbolística


Por motivos poco claros hay entrenadores a los que podríamos clasificar como de alto perfil (Capello, Mourinho, Benítez, Ancelotti, Scolari) más allá de sus logros deportivos, mientras otros son de bajo perfil, también con independencia de sus éxitos.  A este segundo grupo pertenece el chileno Manuel Pellegrini.  Mientras los primeros reciben todos los elogios de la prensa internacional y tienen sobre la mesa jugosas ofertas (económicas y deportivas) de los principales clubes del mundo, los segundos han de pelear por hacerse un hueco día a día y demostrar cada semana que son válidos.  Los primeros cobran más que sus jugadores, los segundos tienen que sacar a flote deportivamente los barcos que se hunden (como Del Bosque en el Real Madrid, Míchel en el Sevilla, Mel en el Betis o el propio Pellegrini en el Málaga).  Mientras a los primeros les fichan una pléyade de estrellas mundiales arrasando el mercado e imponiendo su poderío sobre el resto de clubes (cuán amargamente se quejan si no llega algún refuerzo), los segundos deben lidiar con lo que haya (aunque no haya banquillo o se venda a Kanouté o a Cazorla).

            Manuel Pellegrini llegó al Real Madrid en la temporada 2009-2010 de la mano de Jorge Valdano ante la imposibilidad de fichar a un entrenador de perfil alto, como deseaba Florentino Pérez.  Llegó al club avalado por el estupendo rendimiento obtenido en el Villarreal, al que llevó a las semifinales de la Liga de Campeones y a un subcampeonato liguero, realizando además un fútbol preciosista y de calidad, únicamente igualado en el mundo por aquel entonces por el Barcelona, el Arsenal o la selección española.  Cuando inicia su proyecto debe enfrentarse a un Barcelona, campeón de todo y con el proyecto de Guardiola a pleno rendimiento.  En pocos días el club vende a dos fabulosos futbolistas con los que él contaba a cambio de un vestuario lleno de esas súper figuras mundiales que tanto gustan a Pérez.

            Por algún extraño motivo, quizás por aquello del perfil, recibió sonoras críticas por parte de un sector del madridismo, en especial los seis o siete columnistas de escasa calidad periodística y menos aún futbolística, así como el entonces director del Diario Marca (omito sus nombres pues no merecen su consideración aquí).  Este panfleto deportivo se dedicó a ningunear al chileno (como hizo su presidente), llamarle despectivamente “ingeniero” (la ignorancia hace que algunos piensen que el fútbol es una cuestión de machos, alejada de los pupitres y del conocimiento) y a perseguirle ante cada mal resultado, que para su desgracia se produjo en muy pocas ocasiones.  Mediada la temporada iniciaron una campaña para encontrar un nuevo entrenador y lanzó una encuesta entre los seguidores madridistas que supuestamente apostaban por aquellos técnicos de alto perfil.  Esta encuesta era una auténtica estafa puesto que los madridistas no lectores de Marca no estaban siquiera al tanto de que hubiera gente en contra de Pellegrini.  El día que el Barcelona ganaba su segunda liga consecutiva, este diario titulaba en grandes letras: “Estás despedido”.  Por supuesto, pocos días después, y ante la sorpresa de buena parte de los aficionados del Real Madrid, Pellegrini era despedido.  El linchamiento continuó cuando se incorporó a la disciplina del Málaga.

            Sin embargo, fiel a su estilo humilde y callado se dedicó a trabajar y a seguir fiel a su propuesta.  Pellegrini no pudo dar al Madrid la calidad que ofreció en el Villarreal ni tampoco la que está dando al Málaga (quizás porque en el Bernabéu solo gusta ganar y ver a gente “que le echa huevos”, lugar donde los buenos tienden a ser pitados).

            El Málaga se ha clasificado para jugar la Liga de Campeones y ayer, en su primer partido, ofreció todo un recital de fútbol.  Ya me gustaría ver a su antiguo equipo un repertorio tal, tanto en número como en variantes, de desmarques, paredes, cambios de orientación, triangulaciones y movilidad de los jugadores durante el ataque estático.  La incorporación de jugadores a líneas posteriores, el trato al balón, el ritmo de juego, el sinfín de acciones uno contra uno forzadas en situaciones de peligro, confieren a este Málaga un lugar entre los grandes del fútbol de calidad.

            Reconozcamos a Pellegrini su mérito (en Málaga es aclamado y adorado por no haberles dejado tirados en un momento crítico como el que sufren) y sigamos disfrutando.

sábado, 1 de septiembre de 2012

GABRIEL MASFURROLL Y EL ESPÍRITU OLÍMPICO



            Es fácil confundir la competición con el espíritu olímpico, así como nuestros gustos y preferencias en materia deportiva con el verdadero logro deportivo.  En un país con una cultura deportiva tan mala como el nuestro siempre resulta reconfortante encontrar ejemplos que circulan en la correcta dirección.  Uno de ellos es Gabriel Masfurroll, escritor, ex vicepresidente del F.C. Barcelona y actual vicepresidente de la Fundación de dicho club, además de fundador y director de la Fundación Álex, creada en honor a su hijo, prontamente fallecido y afectado por la anomalía genética de Síndrome de Down.

            Gabriel Masfurroll escribe en Diario Marca en una columna llamada “Cartas a Álex”, en la que se dirige directamente a su hijo a modo de carta y que cierra con algún entrañable recuerdo del tipo de “t´estimo molt y t´anyorem”.  El domingo 12 de agosto escribía así:

            “Sigo ensimismado y muchas veces emocionado los JJ.OO.  Cada deportista tiene su historia y sus logros suelen ser proezas para ellos.  Sabes bien Álex, que conseguir competir en unos JJ.OO. no es nada fácil.  La presión, los años de esfuerzo y sacrificio son enormes.  Pocos saben lo que esto representa.  Me sorprende y desilusiona cómo “desde fuera” solo se valoran las medallas y a veces si no son de oro, parece que has fracasado.
            ¿Sabes Álex?  Hemos creado una sociedad donde solo valer ser el mejor, donde ser segundo o tercero por no hablar de posiciones peores, ya se considera un fracaso.  Está claro que ganar y conseguir la victoria es la mejor recompensa que se puede conseguir, pero los no deportistas no pueden saber que una vez tienes la medalla en la vitrina, la competición empieza de nuevo.
            […] El deporte es una carrera de maratón.  Dura años y suelen triunfar, cada uno a su medida, aquellos que trabajan duro y se esfuerzan al máximo.  Los triunfos llegarán o no, pero a título personal, mejorar ya es un éxito.
            Aquellos que piensan  que los éxitos se consiguen sin esfuerzo, están destinados al fracaso.  Jamás hay que presumir de ser el mejor, eso hay que demostrarlo.  A mí, estos Juegos me han servido para descubrir fantásticas historias de superación personal que demuestran que lo importante es no dejar de mejorar jamás.  Álex, los JJ.OO. son la expresión más fidedigna de lo que es el mundo real”.

            Así es, el sentido más auténtico del deporte se vincula con la superación personal, la competición sana, libre de trampas y fiel muestra del dominio corporal y técnico, para llegar más alto y más lejos (recordemos el lema olímpico: citius, altius, fortius), y con la confraternización entre pueblos, en una plena demostración de tregua internacional en la que tienen cabida todos los países del mundo, aunque sea con una pequeña y poco relevante delegación.

            El deporte olímpico muestra el valor del entrenamiento para llegar a la cita cada cuatro años (es decir, una olimpíada), la dificultad para poder hacerlo con pocos medios y sin ninguna repercusión en los medios, como es el caso de la mayor parte de los deportes, pero es también la ilusión personal y el sueño de todo un país por ver a los deportistas más grandes del planeta, a los que más dinero ganan, a los que alumbran todos los focos permanentemente, emocionándose por el logro obtenido y escuchando el himno nacional, compartiendo un momento con sus millones de seguidores, o llorando amargamente, como Manu Ginobili, por no haber podido ofrecer esa gloria a sus compatriotas por haber obtenido el cuarto puesto.

            Durante quince días nos olvidamos de los males nacionales y de los millones que los patrocinadores y las televisiones ofrecen a las grandes competiciones de fútbol o a la Fórmula 1.  Todo eso queda en segundo plano y el deportista, con sus glorias, sus miserias, su historia propia en fin, pasa a ser el individuo, la persona, que es de carne y hueso, que se emociona, sufre y se esfuerza, como todos los demás, como cada trabajador que da de comer a su familia.