martes, 26 de abril de 2016

ES LA VIDA

Cierto entrenador argentino dejó claras sus intenciones cuando las cámaras de televisión le descubrieron diciendo “pisálo” a uno de sus jugadores.  Cierto es que esta práctica ya la había desarrollado algún mito en una semifinal de Copa de Europa, a quien, por cierto, una década antes, algún hijo de Baco estampó en la cabeza los restos de vidrio de su preciado licor.  También lo practicó algún jugador y novel entrenador francés, a lo que se sumó su gusto por la embestida.  También los hay que comentan la jornada en TVE pero cuyo juego se basaba en sacar los codos de paseo, al estilo de su compañero en la zaga quien, de forma voluntaria dejó inconsciente a un venezolano rival; o que no dudan en promulgar su afiliación ideológica al nazismo.  Cada cual sabrá lo que hace pero, que no quepa duda de que el alma de todos ellos arderá en el infierno, como la de Fausto, pero a diferencia de éste que la vendió al Diablo, aquellos la regalaron por tres miserables puntos o por su sentimiento de superioridad.
                Otro tanto podrá suceder con aquellos cuyo ego se sitúa por encima de la realidad y derraman sus lágrimas al recibir el Balón de Oro cuando habitualmente muestran con exceso de orgullo su trabajado abdomen, así como algún compatriota suyo que saca a relucir las listas de fallos de los demás obviando por completo que sus pecados son exponencialmente superiores en cantidad y gravedad.  Algún glorificado técnico, que jamás realizó un examen, entiende que hay que jugar “como hombres”, eso sí “partido a partido”.  Debe ser que eso de la hombría gusta mucho.  De ahí, que cierto técnico dijera que entrena a sus jugadores como si fueran militares (muy cristiano él, que rezaba antes de cada partido) o que los periodistas hagan gala de ese furor al referirse a ciertos lances u otros elementos del juego como “cañonazo”, “trinchera”, “retaguardia” o “ariete”.
                Hay, en fin, quien considera el juego como un ajedrez deshumanizado, como una feria de vanidades, como un show televisivo de periodismo amarillista, como un “ganar y ganar y ganar y volver a ganar y ganar y ganar…”, como una forma de amasar dinero, como un juego simplista en el que solo valen los lances a balón parado, como un videojuego en el que manejar a los demás al propio antojo, u otras múltiples variedades de la estupidez.
También los hay que aman el juego por encima de cualquier otra cosa  y periodistas bien informados y con buenas dotes para la comunicación.  Algunos bobos trabajamos por objetivos y minimizamos los logros, generando obsesiones para tratar de dar forma definitiva a aquellos que nos faltan por pulir y que acaban por autodestruirnos.  Pero cuán equivocados estamos todos.  El fútbol no consiste en nada de eso.  Poco importa el logro ni tampoco el modo de lograrlo, lo único verdaderamente importante es tener una pelota.
Así sucedió y seguirá sucediendo.  En todas partes del mundo.  Así seguirá haciéndolo ella que, cada vez que controle un pase, realmente estará recibiendo un envío, un mensaje.  Hermes le habrá traído una comunicación.  Qué hacemos acaso cada vez que damos un pase a un compañero.  Y después ella jugará en profundidad hacia una compañera, que al mismo tiempo será otro mensaje que Hermes estará enviando.  Se los enviará de él a ella, de ella a él, como antes, en el mismo escenario y con la misma intención.  Pero hay una diferencia: la vida terrenal comunica a través de canales con exceso de ruido; sin embargo, Hermes atraviesa el ámbito de lo terrenal y comunica los dos reinos, permitiendo que el ruido desaparezca y la comunicación sea clara y el entendimiento entre ellos se produzca en cada contacto con el balón.  Si la pelota se eleva, se estará acercando a él, si rueda estará transmitiendo el único mensaje que se habla en el otro reino, el lenguaje de los tacos que acarician suavemente el balón, del golpeo sencillo a ras de suelo que suena “toc” de forma limpia y apabullante, del control que deja el balón a merced de una acción posterior.  Es el mensaje de la vida, aquí y allí, de la pelota que en el otro lado parece más suave y menos comprometida a la acción de la gravedad.
Supongo que muchos pueden entender que realmente el juego es así, esperemos que los que han vivido una mala semana no olviden todo esto y sigan comprendiendo que el fútbol no es otra cosa.  Finalmente, el gol es la expresión suprema, es el clímax del juego, el momento de unión entre las almas, las que permanecerán unidas porque el fútbol es mágico y no permite que se separen y porque, mientras haya hombres, habrá pelotas.  Hoy tengo una entre mis manos y no puedo dejar de pensar que es el símbolo de unidad entre los seres humanos, el amor que el fútbol unió y la transmisión de esa pasión, capaz de traspasar las barreras entre ambos reinos.
Dejemos a un lado lo secundario, es decir todo salvo la pelota y quienes somos.  No esperemos a que el destino nos depare una sorpresa cruel.  Lo único que tenemos ¡es la vida!
Va por vosotros, compañeros.