Cierto
entrenador argentino dejó claras sus intenciones cuando las cámaras de
televisión le descubrieron diciendo “pisálo” a uno de sus jugadores. Cierto es que esta práctica ya la había
desarrollado algún mito en una semifinal de Copa de Europa, a quien, por
cierto, una década antes, algún hijo de Baco estampó en la cabeza los restos de
vidrio de su preciado licor. También lo
practicó algún jugador y novel entrenador francés, a lo que se sumó su gusto
por la embestida. También los hay que
comentan la jornada en TVE pero cuyo juego se basaba en sacar los codos de
paseo, al estilo de su compañero en la zaga quien, de forma voluntaria dejó
inconsciente a un venezolano rival; o que no dudan en promulgar su afiliación
ideológica al nazismo. Cada cual sabrá
lo que hace pero, que no quepa duda de que el alma de todos ellos arderá en el
infierno, como la de Fausto, pero a diferencia de éste que la vendió al Diablo,
aquellos la regalaron por tres miserables puntos o por su sentimiento de
superioridad.
Otro tanto podrá suceder con
aquellos cuyo ego se sitúa por encima de la realidad y derraman sus lágrimas al
recibir el Balón de Oro cuando habitualmente muestran con exceso de orgullo su
trabajado abdomen, así como algún compatriota suyo que saca a relucir las
listas de fallos de los demás obviando por completo que sus pecados son
exponencialmente superiores en cantidad y gravedad. Algún glorificado técnico, que jamás realizó
un examen, entiende que hay que jugar “como hombres”, eso sí “partido a
partido”. Debe ser que eso de la hombría
gusta mucho. De ahí, que cierto técnico
dijera que entrena a sus jugadores como si fueran militares (muy cristiano él,
que rezaba antes de cada partido) o que los periodistas hagan gala de ese furor
al referirse a ciertos lances u otros elementos del juego como “cañonazo”, “trinchera”,
“retaguardia” o “ariete”.
Hay, en fin, quien considera el
juego como un ajedrez deshumanizado, como una feria de vanidades, como un show
televisivo de periodismo amarillista, como un “ganar y ganar y ganar y volver a
ganar y ganar y ganar…”, como una forma de amasar dinero, como un juego
simplista en el que solo valen los lances a balón parado, como un videojuego en
el que manejar a los demás al propio antojo, u otras múltiples variedades de la
estupidez.
También los hay que aman el juego por encima de cualquier
otra cosa y periodistas bien informados
y con buenas dotes para la comunicación. Algunos bobos trabajamos por objetivos y
minimizamos los logros, generando obsesiones para tratar de dar forma
definitiva a aquellos que nos faltan por pulir y que acaban por
autodestruirnos. Pero cuán equivocados
estamos todos. El fútbol no consiste en
nada de eso. Poco importa el logro ni
tampoco el modo de lograrlo, lo único verdaderamente importante es tener una
pelota.
Así sucedió y seguirá sucediendo. En todas partes del mundo. Así seguirá haciéndolo ella que, cada vez que
controle un pase, realmente estará recibiendo un envío, un mensaje. Hermes le habrá traído una comunicación. Qué hacemos acaso cada vez que damos un pase a
un compañero. Y después ella jugará en
profundidad hacia una compañera, que al mismo tiempo será otro mensaje que
Hermes estará enviando. Se los enviará
de él a ella, de ella a él, como antes, en el mismo escenario y con la misma
intención. Pero hay una diferencia: la
vida terrenal comunica a través de canales con exceso de ruido; sin embargo,
Hermes atraviesa el ámbito de lo terrenal y comunica los dos reinos,
permitiendo que el ruido desaparezca y la comunicación sea clara y el
entendimiento entre ellos se produzca en cada contacto con el balón. Si la pelota se eleva, se estará acercando a
él, si rueda estará transmitiendo el único mensaje que se habla en el otro
reino, el lenguaje de los tacos que acarician suavemente el balón, del golpeo
sencillo a ras de suelo que suena “toc” de forma limpia y apabullante, del
control que deja el balón a merced de una acción posterior. Es el mensaje de la vida, aquí y allí, de la
pelota que en el otro lado parece más suave y menos comprometida a la acción de
la gravedad.
Supongo que muchos pueden entender que realmente el juego
es así, esperemos que los que han vivido una mala semana no olviden todo esto y
sigan comprendiendo que el fútbol no es otra cosa. Finalmente, el gol es la expresión suprema,
es el clímax del juego, el momento de unión entre las almas, las que
permanecerán unidas porque el fútbol es mágico y no permite que se separen y
porque, mientras haya hombres, habrá pelotas.
Hoy tengo una entre mis manos y no puedo dejar de pensar que es el
símbolo de unidad entre los seres humanos, el amor que el fútbol unió y la
transmisión de esa pasión, capaz de traspasar las barreras entre ambos reinos.
Dejemos a un lado lo secundario, es decir todo salvo la
pelota y quienes somos. No esperemos a
que el destino nos depare una sorpresa cruel.
Lo único que tenemos ¡es la vida!
Va por vosotros, compañeros.