El
fútbol holandés ha aportado al deporte mucho más de lo que podría esperarse de
un país tan pequeño y de unos recursos tan reducidos. Sin embargo, la aparición de grandes
talentos, bien dirigidos desde la base gracias al modelo de sus grandes
escuelas, ha generado equipos inolvidables y modelos tácticos imitables en todo
el mundo. Los conceptos de “fútbol
total”, “naranja mecánica” o “cruyffismo” estarán siempre asociados al fútbol
holandés. Y se trata de formas brillantes
de entender el juego, tanto que les ha llevado a conseguir una Eurocopa de
Naciones y jugar tres finales de la Copa del Mundo, además de ser una de las
clásicas, permanentemente vinculada a la buena elaboración y a la lucha por los
puestos de honor. También lo atestiguan
las seis Copas de Europa obtenidas por tres de sus equipos (solo Italia e
Inglaterra tienen tantos equipos campeones).
Tan
importante como el éxito ha sido también el modo de obtenerlo. Ahora que el modelo fuertemente capitalista y
globalizado ha perjudicado notablemente a sus clubes, la forma de entender el
juego se mantiene intacta en la liga neerlandesa: sus equipos siguen jugando
con tres delanteros, los extremos son indiscutibles, la cantera es un valor
máximo, los ojeadores encuentran perlas en los lugares más insospechados y los
jóvenes reciben oportunidades para mostrar su talento. Ajax, Feyenoord y PSV ya no son referencias
en el fútbol europeo y sufren crisis de resultados con demasiada frecuencia
pero otros equipos han ocupado su mismo lugar y destacan por su fútbol vistoso
y su aparición con fuerza en la Europa League.
Es el caso de Twente, AZ Alkmaar, Vitesse o Heerenveen.
Pero
algo ha cambiado. Exactamente, desde el
mismo momento en que España decidió jugar “a la holandesa”, la selección de los
Países Bajos ha cambiado su identidad.
Tal vez, molestos y decepcionados por la falta de títulos y por su
inferioridad frente a aquellos que apuestan por el cheque y por la
especulación, desde la Federación parece que entendieron que así no podían
continuar. Pero, a la vista de los
resultados, no creo que se les pueda dar la razón. Se ha transgredido la identidad para crear
nuevas maneras y los resultados, pese a todo, no han llegado. Alguien podrá esgrimir que han logrado
mejorar su presencia, que ahora son más poderosos y que generan una sensación
de temor en sus rivales; también, que los resultados no tardarán en llegar si
siguen por este camino. En cambio, no
creo que nada de esto pueda dejar de existir si mantienen lo que han sido
siempre en lugar de buscar inspiración en aquellos que otrora les derrotaran y
pugnaran con ellos por imponer su estilo (la Alemania de los 70, los equipos
ingleses de los 70 y 80, los italianos de finales de los 80 y primeros 90…).
Durante
la Eurocopa de Austria-Suiza 2008, la Holanda de Marco Van Basten quedó encuadrada
en el Grupo C, junto a Italia, Inglaterra y Francia. Un grupo durísimo del que salieron vencedores
en todos los partidos. Fue entonces
cuando se empezó a hablar de las maravillas del nuevo equipo holandés, al que
rápidamente se le puso el cartel de favorito.
Nada más lejos de la realidad: por primera vez, vi a Holanda jugar
replegado, temeroso y a la contra. Eso
sí, era un equipo joven y con posibilidades de futuro. En cuartos de final se encontraron con su compatriota Guus
Hiddink y una Rusia que sí jugaba realmente bien al fútbol. El partido de Arshavin fue colosal y Holanda
hizo las maletas antes de lo que muchos esperaban. En semifinales, España, jugando “a la
holandesa”, hizo uno de los mejores partidos que se recuerdan para derrotar por
tres a cero a los rusos.
Con Van Basten
fuera de combate, la Federación optó por entregar los mandos a Van Maarwijk de
cara a la Copa del Mundo de Sudáfrica 2010.
El equipo llegó a la final y solo fue superado por España en la
prórroga. Supongo que los “turistas
futbolísticos” (como se reconoce a sí misma la articulista argentina Leila
Guerriero, para referirse a aquellos que se asoman al fútbol solo cuando hay un
partido muy mediático o una gran competición) pensarán en España que el fútbol
holandés es sucio, feo y defensivo. Esa
fue la única sensación que mostró el equipo de los Países Bajos durante su
segunda herejía, mantenida hasta 2012, cuando en la Eurocopa de Polonia-Ucrania,
y manteniendo el mismo estilo, la selección cayó eliminada en la fase de grupos
sin obtener un solo punto.
Los amantes
del buen fútbol y de lo holandés nos frotamos las manos cuando la apuesta por
Louis Van Gaal se supo que sería la manera de encarar el recientemente
finalizado Campeonato del Mundo de Brasil 2014.
Van Gaal siempre apostó por el buen fútbol en todos sus equipos: Ajax,
Barcelona, Bayern Múnich y selección holandesa en una primera y decepcionante
presencia. Siempre al ataque, con el
balón por bandera y dominador del juego.
Que el sorteo les emparejara con España en un primer partido no hacía
presagiar que fuera a cambiar el estilo.
La obsesión tacticista del técnico cabía hacer ver un posible duelo en
el que cedieran parte del dominio a favor de alguna cuestión estratégica que
pudiera sacarse de la chistera. No fue
así. Fue mucho más allá: apostó por una
defensa de cinco jugadores y dos centrocampistas de poca calidad, que mantuvo a
lo largo de todo el campeonato. Apenas
dio opciones a su mejor centrocampista ni a sus dos extremos puros, al margen
de Robben, su jugador estrella, al que situó en una posición más centrada para
renunciar por completo al juego por bandas.
A esperar y a sorprender al contraataque.
Ésta ha sido
la Holanda de las últimas cuatro competiciones de selecciones, la de las tres
herejías consecutivas a su modo de entender el fútbol y la vida; un equipo que
se ha mostrado como una roca, cerrado y poco creativo frente al estilo de
sociedad neerlandés tradicional, que se ha traspasado al fútbol, y que apuesta
por el individuo, la apertura y la libertad.