En cierta ocasión me enfrenté al equipo Cadete “C” de un importante
club de la Comunidad de Madrid, un equipo poderoso físicamente que acabó
ganando todos los partidos de aquella liga.
Era la tercera jornada y, tras el partido, su entrenador me comentó que
mi equipo le había dado muy buena impresión y que estaríamos entre los mejores
puesto que él ya había visto jugar a todos los equipos del grupo.
En el obsesivo carácter
resultadista, ese equipo no era en absoluto talentoso pero sí muy fuerte y con
muchos centímetros. El ascenso les
permitió colocar a sus tres primeros equipos en la posición más alta posible a
costa de que los jugadores de primer año, mucho mejor dotados
futbolísticamente, jugaban en el equipo “D” y una categoría por debajo. Su mejora se vería reducida pero al buen
resultadista eso poco le importa. No es
de extrañar que dicho club no promocione jugadores de la cantera al primer
equipo.
El poder competitivo de este
tipo de equipos se basa en la repetición, en la mecanización, en la rutina, en
la imposición por la fuerza. Todas las
acciones están preparadas y la improvisación tiene poco espacio de
actuación. Así se explica el éxito del
Atlético de Madrid, donde algunos de los jugadores más técnicos son suplentes habituales
(casos de Diego y Adrián) o alternan titularidad y suplencia (caso de Villa). Así se explica también la temporada del Real
Madrid, un equipo simple, con mecanismos tácticos básicos y una herencia de
temporadas anteriores que permite correr al contraataque en tiempo récord y
ganar partidos sin muchos más argumentos.
Previsibles son también, en
muchos casos, las semanas de entrenamiento: los lunes, charla y trabajo táctico
para corregir errores; los martes, paliza física; los miércoles, análisis del
próximo rival para empezar a preparar (o a obsesionarse con) el siguiente
partido; los jueves, el típico partidillo (igual que hace ciento cincuenta
años), en el que ya se perfila el equipo titular y una serie de jugadores que
hacen de “sparring” y que reproduce los movimientos tácticos del rival; y los
viernes, acciones preparadas a balón parado.
Estos vulgares modelos de planificación del entrenamiento son los que
siguen vigentes, no solo en la realidad de cada equipo, sino también en el
método de enseñanza de la Escuela de Entrenadores de la Real Federación
Española de Fútbol. Incluso, los
exámenes de táctica consisten simplemente en hacer esto. Es reducir el fútbol al modelo Autoescuela:
no venga usted a aprender a conducir, sino a aprender qué hacer para aprobar
los exámenes. Y si luego tiene
accidentes, échele la culpa a la Dirección General de Tráfico. Es el modelo coreano ante las pruebas PISA:
once horas de clase para que los alumnos no se eduquen sino que aprendan a
reproducir lo que se les pide en el examen para que el país quede entre los
primeros en el ránking mundial.
Y, ante todo esto,
me pregunto: ¿no se aburren los jugadores? ¿No se sienten algunos completamente
marginados? ¿Serán capaces de cumplir bien su función aquellos que no han sido
elegidos pero tengan que actuar ante cualquier imprevisto?
La realidad es que un equipo necesita aportes,
recursos. Da la sensación de que el
jugador se encuentra más cómodo cuando le dicen todo lo que tiene que
hacer. Pero, así, el crecimiento del
jugador es escaso. Cuando a mí un
jugador me mira me deja claro que no sabe resolver las cosas por su
cuenta. Este problema es consecuencia de
la mecanización en el trabajo previo. El
Atlético “post Simeone” será así: todos los jugadores mirarán al entrenador y
éste se sorprenderá del poco fútbol que realmente poseen sus jugadores. Su técnico actual es el protagonista
exclusivo y el diseñador de todo el modelo.
Esto mismo le sucedió al uruguayo Óscar Washington Tabárez cuando
aterrizó en el Milan de las eras “post Sacchi” y “post Capello”. Resultó que jugadores de la talla de Baresi o
Maldini habían sido mecanizados por ambos técnicos. Cuando le despidieron, Tabárez comentaba que
su error había sido haber dado muchas cosas por supuestas.
Hemos de concluir que el entrenamiento táctico ofrece
recursos al jugador, pero no cuando le muestra la manera de contrarrestar al
oponente, sino cuando la hace pensar, poniéndole ante dificultades para que ÉL
decida la mejor opción: cuando tirar un desmarque, el lugar oportuno para
hacerlo, cuándo avanzar o dar pausa al juego, hacer paredes, triangulaciones,
escalonar posiciones, cambiar de orientación el juego… Eso es mejorar al jugador.
Así que le contesté: “Pues yo solo conozco a mi equipo y
conozco lo que he podido ver de mis tres rivales. Lo demás es especular y sencillamente, me
importa muy poco”.
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